La salud de nuestros bosques, Dr Fernández de Ana-Magan 

Para los que amamos el bosque, como lugar de esparcimiento y vida, nos preocupa la salud del mismo. En cualquier ser vivo el mejor indicador de su calidad de vida viene dado por su estado sanitario; en los humanos o en los animales es fácil de entender por sus reacciones ante el daño; de forma similar podrí­amos pensar en una planta y con mayor determinación en un árbol o en su conjunto, en forma de bosque, si fuéramos capaces de interpretar sus sintomatologí­as que vienen a ser sus quejidos.

Esa dificultad de interpretación es lo que impide a la sociedad ponderar el estado sanitario de nuestros bosques y percibir el grave desastre que ahí­ se encierra; pero el problema no es tanto de la sociedad si no de la ignorancia consciente que practican las administraciones públicas sobre esta temática en su conjunto a la que no le aportan los recursos necesarios.
La salud de nuestros bosques incide de forma directa en la sostenibilidad de los mismos, en el secuestro del CO2, en la producción de O2, en la regulación de las aguas, en la biodiversidad, en su regeneración natural, pero también en la producción de recursos tangibles como la madera, la carne, las setas o los frutos.

Este estado sanitario tiene importantes exponentes en la Peninsula Ibérica con los ataques del muerdago al abeto del Pirineo, pasando por la seca de la encina, el chancro del castaño, las micosis que asolan a los pinos o el gorgojo del eucalipto, por mencionar algunos de los más conocidos. Cada uno de estos agentes patógenos afecta a la planta en su capacidad de producción y por lo mismo en su rentabilidad económica y social. Si el bosque no produce para su sostenimiento se abandona y no se protege, por lo que el resultado final es la destrucción por el fuego.

Cuando vemos los soutos de Galicia abandonados con castaños centenarios, moribundos o muertos, nos recuerdan a los olmos desaparecidos del paisaje castellano, a los daños de los carballos y encinas con los ataques de insectos defoliadores o al aspecto de paisaje de escobas de bruja que presentan los eucaliptos con los ataques del goniptero. Pero delante de este inquietante panorama actual aún nos enfrentamos con amenazas mayores que nos vienen de fuera y que pueden causar un mayor desastre en nuestras masas como es el caso del nemátodo del pino presente en Portugal, o la posible expansión de algunos de los chancros del pino, junto con la presencia de nuevas Phytophthoras que pueden alcanzar nuestras masas naturales o artificiales.

A toro pasado y con las patologí­as instaladas en nuestras masas forestales, se establecen normas inoperantes para el control del agente cuando éste ya está introducido en nuestro territorio, todo por no preveer lo que podí­a suceder con la entrada indiscriminada de materiales vegetales y madera, sin el control adecuado. Una forma de defensa de estas masas está en la selvicultura como actuación del hombre en beneficio de las mismas, mejorando su estado vegetativo, dándole tratamientos de poda o entresacas, seleccionando los pies más resistentes o sacando aquellos que pasan de su turno de corta y están debilitados por lo que son presa de los parásitos que se establecen en forma de pandemia.

Los bosques peninsulares necesitan de la atención de la sociedad; consideramos que es más importante dedicar tiempo y recursos al cuidado de los mismos que a la creación de nuevas masas. Tenemos que entender que los árboles, como seres vivos, requieren una atención en forma de tratamientos y que eso cuesta dinero pero da trabajo y riqueza; en buena medida ese recurso sale del uso de estas producciones dentro de una gestión sostenible, por lo que desde HIFAS DA TERRA mantenemos nuestro criterio de que  no hay ecologí­a sin economí­a y que cuidar nuestros bosques es atender lo de todos.

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